Está tan metida dentro del inconsciente humano la idea de la recompensa por el trabajo que nos resulta absurdo pensar en que alguien nos dé dicha recompensa sin necesidad de haber trabajado, gratis, sin merecimientos, sin motivos como el de celebrar navidad o cumpleaños, y lo peor de todo, siendo enemigos de ese alguien a quien no conocemos. Y claro, con nuestra mentalidad maliciosa y muy suspicaz comenzamos a llenarnos de preguntas:
¿Y por qué un regalo para mí? ¿Y con motivo de qué? ¿Qué es lo que me pide a cambio? ¿Qué es lo que realmente se esconde detrás de ese regalo, porque nadie da algo por nada? ¿Me da un regalo aunque sea su enemigo? ¿Me regala porque me ama? ¿Es una broma? ¿Está bien de la cabeza? ¿Qué si pago por el regalo entonces el regalo ya no es regalo? ¿Qué sólo lo reciba? ¿Y si me porto peor habrá más regalos?
Y así sucede cuando tratamos de explicar la Gracia de Dios, ni la gente, ni nosotros, logramos entender algo tan loco o absurdo.
¿Cómo es posible que Dios, siendo santo, puro y perfecto me ame a mí que soy pecador, impuro e imperfecto, un ser que es todo lo contrario de Él? ¿En qué cabeza puede caber la idea de que ese Dios muera por mi culpa en una cruz en un trueque donde yo le doy mis pecados para que Él se los eche encima y luego Él me da su Espíritu Santo para que viva dentro de mi cuerpo? ¿Cómo puede amarme Dios si lo único que he hecho es esforzarme por ganarme su odio?
Y como la Gracia de Dios es incomprensible, lo único que podemos hacer es recibirla, nada más, aceptarla y tratar de vivir en ella por la fe, aunque se nos vaya la vida sin comprenderla cabalmente, pues aunque parezca que sí la hemos entendido y hasta damos conferencias sobre ella y la enseñamos a los demás, la verdad es que nos cuesta vivirla.
¿Y cómo me doy cuenta de que aún ni la comprendo ni la vivo plenamente?
Por dos motivos:
el primero es porque nuestra mente todavía se sigue haciendo las mismas preguntas anteriores. Y aunque tengamos las respuestas, nos volvemos a preguntar lo mismo. ¿Por qué? Porque no nos cabe en la cabeza tanto amor de Dios.
Y en segundo lugar, porque tratamos de portarnos bien para que Dios nos ame y nos bendiga, es decir, pagar sus regalos, en lugar de portarnos bien porque ya nos amó y nos bendijo.