Recuerdo que en 1953, al principio de nuestro ministerio, estuve predicando en Dallas, Texas. Asistían casi cuarenta mil personas a cada reunión, pero una noche sólo un grupito respondió al llamado para recibir a Cristo. Dejé la plataforma desalentado. Allí estaba un comerciante alemán, un verdadero hombre de Dios, que me abrazó y me dijo: «Billy, ¿sabes lo que anduvo mal esta noche? No predicaste la cruz.»
La noche siguente prediqué sobre la sangre de Cristo, y una multitud enorme aceptó a Cristo como Salvador. Cuando proclamamos el evangelio de Cristo, cuando predicamos a Cristo crucificado y resucitado, hay un poder inherente al mensaje.
Quienes proclaman el evangelio necesitan comprender, como lo subrayó Pablo, que el hombre natural no puede aceptar la verdad de Cristo mediante el razonamiento y la lógica porque hay un velo sobre él. Es un velo sobrenatural que sólo puede ser traspasado por el Espíritu Santo.
Cuando Pablo fue a Corinto, dijo: «Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.» (1 Co. 2:2). De esa manera él resumía su mensaje a los corintios.
¿Por qué semejante afirmación? Pablo sabía que la cruz y la resurrección tienen su propio poder comunicativo. El sabía que el Espiritu Santo toma el sencillo mensaje de la cruz, con su mensaje de amor y gracia redentora, y le infunde autoridad.
La realidad gloriosa es que el Espíritu Santo toma el mensaje, no importa cuán débil o sencillo sea, y lo trasmite a la mente y al corazón. Es la acción sobrenatural del Espíritu de Dios que quiebra los obstáculos. El Espíritu Santo es el que da el mensaje. Cuando estoy ante mis oyentes, puedo confiar en que el Espíritu Santo toque las cuerdas sensibles del alma de los que escuchan el mensaje.
En primer lugar, sé que las necesidades de la vida no son totalmente satisfechas por el progreso social ni por la abundancia material. Eso es cierto en cualquier parte del mundo. Jesús dijo que: «la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.» Algunas de las personas más desconsoladas que conozco son millonarias.
En segundo lugar, sé que hay un vacío inherente a cada vida sin Cristo. Millones de personas claman por algo que llene ese vacío, pero nada parece satisfacerlas. El dinero no satisface y las experiencias sensuales tampoco. ¿Qué busca la gente? La gente busca a Dios porque sólo Dios satisface.
He Hablado en muchas universidades del mundo. He oído el grito lastimero de jóvenes que están intelectual, psicológica y espiritualmente perdidos. Están buscando algo que no saben lo que es.
Le pregunté al presidente de una universidad: «¿Cuál es las mayor necesidad que usted cree que tengan aquí los estudiantes?» El me contestó: «Entrega. Necesitan entregarse a algo, porque muchos no se sienten comprometidos con nada.» Ellos buscan algo. Hay un vacío en cada vida que sólo Dios puede llenar. Cuando proclamamos el evangelio, hablamos directamente a ese vacío que hay en cada corazón, y que únicamente Jesucristo puede llenar.
En tercer lugar, sé que hay mucha gente ansiosa de compañia. Tengo un amigo que es psicólogo y teólogo en una universidad norteamericana. Un día le pregunté: «¿Cuál es el mayor problema de los pacientes que acuden a ti por ayuda?» Pensó por un instante y luego respondió: «La soledad. Y cuando usted investiga, descubre que ansían la compañia de Dios.» Hay un anhelo profundo por Dios porque el hombre está separado de su Creador.
En cuarto lugar, sé que la gente tiene un sentimiento de culpa que es devastador. El director de un hospital psiquiátrico me dijo: «Podría darle de alta a la mitad de mis pacientes si pudiera encontrar una manera de librarlos de sus sentimientos de culpa.»
Eso es precisamente lo que hace el mensaje de la cruz. Cuando hablamos de Cristo, estamos tocando de modo directo el problema irritante y deprimente de la culpa. Sólo Cristo puede dar perdón y alivio.
En quinto lugar, sé que hay un temor hacia la muerte. Una profesora universitaria informó que aunque los jóvenes piensan en el sexo más que en cualquier otro asunto, la segunda cosa en que más piensan es en la muerte. Nuestro Señor vino a invalidar la muerte en su propia muerte y resurrección. El hizo que tres cosas quedaran inoperantes para la persona que entrega su vida a Jesucristo: el pecado, la muerte y el infierno. ¡Qué mensaje para darlo a los que se preocupan con la muerte!
Una vez en mi vida luché con mis dudas en cuanto a creer que la Biblia es al autorizada Palabra de Dios. Fui a una montaña y puse mi Biblia sobre la cepa de un árbol. Luego oré: «¡Oh Señor, no entiendo todo lo que dice este libro! Pero lo acepto como tu Palabra por medio de la fe.» Mediante la fe acepté la Biblia como la Palabra del Dios viviente, y no he vuelto a dudar desde entonces.
Cuando cito las Escrituras, sé que estoy citando la Palabra de Dios. Es el mensaje autorizado de Dios para nosotros. Es el Libro infalible.
Necesitamos saturarnos de la Palabra de Dios y de la oración. Una razón por la cual la gente escuchaba a Jesús es que El hablaba con autoridad.
Un pastor celebraba un culto dominical para niños a las ocho y treinta de la mañana. Empleaba palabras sencillas, ilustrando su mensaje con representaciones gráficas. Casi un año más tarde asistían al culto dominical de niños más personas mayores que al culto regular de las diez y treinta porque podían entender mejor lo que decía el pastor. A la gente le gusta le sencillez. Creo que ese fue uno de los secretos de nuestro Señor. La gente del pueblo lo oía con gozo. El hablaba el idioma del pueblo.
Transmitamos el evangelio mediante nuestro amor por los demás. Jesús dijo: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.» ¿Ama usted de veras a los demás? ¿Se lo demuestra? ¿Perciben ellos su compasión?
Uno de nuestros evangelistas asociados estaba predicando en una universidad. Trataba de ganar a los estudiantes para Cristo, pero había una reacción hostil. Sobre todo una muchacha mostraba su hostilidad. Después de la disertación, ella se acercó al evangelista y le dijo: «No creo nada de lo que dice.» El le dijo: «Siento que no esté de acuerdo conmigo, ¿pero le molestaría que orara por usted?» Ella respondió: «Nadie ha orado por mí nunca, y supongo que eso no me hará daño.»
El inclinó la cabeza y comenzó a orar. Ella permaneció mirando al frente, pero de repente notó que, mientras él oraba, le corrían las lágrimas por las mejillas. Cuando él abrió los ojos, ella estaba llorando. Entonces le dijo al evangelista: «Nadie había derramado una lágrima por mí en toda mi vida.» Luego se sentó en el banco y aceptó a Cristo como su Salvador.
¿Cuántos hemos amado tanto a otros que hayamos derramado lágrimas por ellos?
En el amor que demostremos por los demás está implicado un mandamiento social de las Escrituras. Contemple al Señor. El tocó al leproso. ¿Puede imaginarse cómo se sintió el leproso al ser tocado? El leproso tenía que ir por todas partes pregonando: «¡Inmundo! ¡Inmundo!» Entonces Jesús lo tóco.
Jesús estaba enseñando mediante el ejemplo, así como por medio de preceptos, que tenemos responsabilidad con los oprimidos, los enfermos y los pobres. A veces la mejor manera de acercarnos a ellos es tocarlos con nuestra compasión. Sí, debemos amar a la gente y tener una compasiva preocupación por la gente; nosotros debemos tener compasión también.
Los que más profundamente han influido en mi vida no han sido los grandes oradores ni los predicadores elocuentes, sino los hombres y mujeres santos que Dios puso en mi camino. El apóstol Pablo dijo: «Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre.» Debemos tomar eso en serio. Debemos ir al mundo en el nombre de Señor Jesucristo.