No me siento querida ni valorada por mi pareja
Mateo 15:36: «Tomando los siete panes y los pescados, dio gracias, los partió y se los fue dando a los discípulos. Estos, a su vez, los distribuyeron a la gente».
¿Te pasó alguna vez que no te sentiste querida, valorada por tu pareja? ¿Conocés a alguien que le haya pasado? Es muy bueno que te des cuenta que no te están valorando, porque eso significa que estás mejorando tu estima. Hay mujeres que por baja estima nunca llegan a darse cuenta de que no están siendo valoradas, así que si te diste cuenta, quiere decir que tu estima está mejor.
Es importante aclarar que una cosa es no sentirse querida y otra muy diferente es no sentirse valorada. No sentirse querida tiene que ver con que la otra persona está tomando una distancia emocional, está «con un pie adentro y con un pie afuera», como suele decirse. No te sentís querida cuando a tu espeso ya no le trae estar con vos, ya no te dice palabras cariñosas, ya no pelea por la pareja. Tal vez se queda con vos porque está cómodo en esa situación y no quiere tomar decisiones. En este caso, ambos integrantes de la pareja tienen que recomponer el afecto, reconstruir esos espacios que se perdieron con el tiempo, recuperar la intimidad y los intereses comunes. No sentirte valorada tiene que ver con que se ha perdido la valoración del otro. Esto quiere decir que tu pareja no da crédito a todo lo que lográs, le parece que no tiene motivos para valorarte, para felicitarte.
Quiero compartir con vos algunos puntos importantes respecto a la valoración:
Primero: La valoración no es un reclamo.
No podemos reclamarle a alguien que nos valore, porque la valoración es un reconocimiento que nos hacen, pero que no podemos reclamar como un premio. Del mismo modo que un actor que estudió y se esforzó para ganar no va y reclama que el premio Martín Fierro merecía ganarlo él, vos tampoco podés reclamar valoración. Tenés que saber que no siempre te van a valorar, aunque lo merezcas.
¿Por qué algunas personas no nos valoran? Muchas veces ciertas personas no nos valoran porque están acostumbradas a que seas vos la que las valora a ellas, la que las felicita, la que las admira, pero no están acostumbradas a valorarte a vos. Tal vez sea esa la manera en la que construiste tu pareja. Tal vez siempre valoraste a tu esposo, pero él nunca te valoró a vos. Si este es tu caso, tendrás que trabajar para que él también empiece a valorarte, a reconocerte. ¿Y cómo lo vas a hacer? A través de la negociación. Es muy distinto decirle «¡Yo siempre te valoro a vos, pero vos nunca me reconocés nada a mí! ¡Mirá las várices que tengo por trabajar para vos y los chicos, y vos nunca me diste reconocimiento!», que llamarlo y proponerle: «¿Qué te parece si a partir de ahora comenzamos a ver cómo podemos hacer para mejorar la pareja? Yo necesitaría esto de tu parte…». Si vas en actitud de pelea, tu pareja te va a responder con pelea; pero si lo planteás como una negociación, la respuesta va a ser negociación. ¡Tenemos que empezar a negociar!
Segundo: Tengo que construir mi espacio personal.
Tal vez tu pareja se acostumbró a verte en una situación en la que siempre hacés lo mismo: siempre estás metida en tu casa, siempre cocinás para él, siempre le tenés la ropa lavada y planchada, y nada más. Si no tenés un espacio para vos misma, ¡entonces ni vos te reconocés! Pretendés que tu pareja te reconozca por algo que él ya ve como natural. ¡No te va a decir: «Mi amor, ¡qué bien me planchaste el buzo!»! Si vos elegiste estar dentro de tu casa, por ejemplo, entonces él no tiene qué valorarte, porque todas las tareas de la casa que hagas él las verá como algo normal. Por eso es importante que construyas un espacio en el que puedas empezar a valorarte. Tenés que tener un sueño propio por el cual trabajar y poder decir: «Esto lo construí yo. Esta es mi idea, mi sueño, y lo voy a lograr». ¡Empezá a construir tu espacio personal!
Cuando construyas tu espacio personal el otro va a tener que ir asumiendo ciertos roles que hoy asumís vos. No se trata de decirle: «Ahora yo me voy y los platos los vas a tener que lavar vos. ¡Vas a ver lo que es estar metido en la cocina todo el día!», sino de plantear las cosas de otra manera: «mirá, tengo que hacer este llamado y salir. Mientras yo hago el llamado, vos lavás los platos, así dejamos la cocina limpia» o «lavemos los platos juntos y después nos vamos a ver tele. Hace mucho que no miramos tele juntos porque yo siempre me quedo lavando los platos». Porque lamentablemente, a veces las mujeres queremos que nos valoren diciendo: «¡Ahora que lo tenés que hacer vos te vas a dar cuenta de lo que me costó a mí!», pero la forma de hacerlo es cambiando lo que construyeron como pareja, como familia, dejando los roles rígidos y construyéndote vos misma el espacio que deseás.
Existen hombres que no te reconocen porque te envidian. En estos casos, la envidia es justamente su reconocimiento a tus logros. A una persona envidiosa tenés que ignorarla. No te preocupes en intentar demostrarle nada, porque ella ya sabe que sabés hacer las cosas muy bien.
Hay otros hombres que no te reconocen porque tu éxito les recuerda su impotencia, su fracaso en algún área de su vida: «¡Vos sos tan buena y yo me siento un desastre!». Por ejemplo, nunca te va a felicitar, nunca te va a reconocer que sos buena criando hijos, porque como padre se siente un fracaso.
Hasta aquí hemos analizado la valoración con respecto al otro, sin embargo, lo cierto es que cada uno de nosotros debería poder manejarse con su propia valoración, y esto es lo que quiero que aprendas, a manejarte en la vida con la valoración que te das a vos misma. Cada vez que empezamos a reclamar el reconocimiento ajeno es porque no nos estamos reconociendo a nosotras mismas. ¡Nuestra propia valoración debería ser más que suficiente! Entonces, tenemos que aprender a valorarnos. Veamos cómo hacerlo:
- Analizar los recursos que tenes
Jesús le había estado hablando a una multitud durante horas. Se hizo tarde y el Señor les pidió a sus discípulos que le dieran a la gente algo de comer. «¡No tenemos comida para toda esta multitud!», exclamaron ellos. Entonces Jesús les preguntó: «¿Qué es lo que tienen?». Eso mismo es lo que hoy te pregunta Jesús: «¿Qué es lo que tenés?». Y es que no podés valorarte si no sabés con qué recursos contás. Tenés que conocer tus recursos emocionales (en qué sos fuerte emocionalmente), tus recursos materiales (si dependés del dinero que te deja tu esposo o si tenés tu propia entrada de dinero), tus recursos humanos (quiénes son tus amigos, cuáles son las personas con quienes podés contar para sostenerte en el momento del dolor), porque con cada recurso que tengas, tu poder y valoración aumentarán.
También es fundamental que conozcas tus recursos espirituales. ¿Tenés recursos espirituales o para vos La Biblia es un libro de historias y nada más? Si tenés recursos espirituales sabés que podés usarlos en cualquier momento del día, para cualquier situación desesperada. Orar, ayunar, adorar, leer La Palabra, pedir revelación a Dios, son recursos espirituales extraordinarios y efectivos.
- Vivir los logros como logros y no como simples casualidades.
Tus logros no son producto de la casualidad, de la suerte, sino fruto de tu trabajo. ¡Vos misma los construiste! Quizás digas: «¡Pero si yo no hice nada!». Quiero decirte que tal vez tu trabajo haya sido espiritual, y soltaste fe, oraste al Señor por ese milagro. Es importante que tengas bien claro que tus logros no son casualidades, porque de hacerlo, como no te costaron ningún esfuerzo, no los vas a valorar. Es como cuando le das algo a tus hijos: como ellos no hicieron ningún esfuerzo para obtenerlo, no lo valoran. Por eso es tan importante que nuestros hijos se frustren un poco. Eso les va a ayudar a valorar lo que tienen y a aprender que tienen que hacer algo para lograr lo que desean.
Ahora, si vivís de los veinte pesos que te da tu pareja, nunca vas a poder valorarte; pero si vivís de los veinte pesos que te ganaste trabajando, no solo los vas a disfrutar sino que además los vas a valorar. ¡Viví tus logros como logros!
Cuando con la ayuda del Señor lográs lo que te habías propuesto no vas a necesitar la felicitación ni la valoración de ninguna persona. Sabrás de tu lucha, del esfuerzo que pusiste, de las lágrimas que derramaste hasta conseguirlo. La validación, entonces, vendrá de vos misma. Dirás: «Me he equivocado muchas veces, claro que sí, pero logré llegar a destino. Lo hice con mi esfuerzo, con mis recursos, con mis capacidades y con la presencia de Dios.
Te propongo que hagas este ejercicio: Buscá una hoja de papel y anotá tu edad, por ejemplo, 48 años. Ahora, comenzá a hacer una lista con las lecciones más importantes que hayas aprendido en la vida, una por cada año de vida, es decir, si tu edad es 48, tendrás que escribir 48 cosas que hayas aprendido. Algunas mujeres escribirán: «Aprendí que es mejor dar que recibir, que no tengo que confiar en todo el mundo, que tengo que planificar mi día, que no tengo que opinar cuando no me lo piden, que tengo que confiar plenamente en Dios, que puedo manejar un negocio de manera exitosa, etc.». Esos son tus logros en la vida y también son lecciones que podés enseñar a otros. ¡No has vivido en vano!
Mientras la naturaleza no tiene opción y cumple siempre un mismo ciclo, los seres humanos tenemos la capacidad de pasar de un estado inferior a uno superior. Las personas siempre tenemos la posibilidad de mejorar, de elegir lo bueno en lugar de lo malo, de transformar eso que no funciona en algo que funcione muy bien. Pasar de un grado inferior a un grado superior depende de nosotros. Vos y yo podemos ser mejores mamás, mejores esposas, mejores hijas de Dios. Podemos ser mujeres con mayores recursos económicos, con más salud, con un mejor cuerpo, con más ánimo y alegría. ¡Está en nosotros querer superarnos!
La Palabra nos enseña que hay un proceso de valoración. Cuando pasamos por ese proceso ya no necesitamos que otra persona nos valide. A veces, ese proceso puede durar años, pero Jesús mostró cómo lograrlo antes. Veamos los pasos que el Señor nos enseñó: Cuando los discípulos le trajeron los panes y los peces, Jesús los tomó y dio gracias al Padre (este es el primer paso). Luego, los volvió a recibir y se los entregó a los discípulos para que los repartieran a la gente (este es el segundo paso). Lo que hayas logrado en tu vida, sea mucho o sea poco, entregáselo al Padre, porque todo lo que le entregues Dios, Él te lo va a devolver multiplicado para que lo puedas repartir. Lo que no le entregues, lo que quede en vos, va a quedar sin valoración, pero si se lo das al Señor, volverá a vos multiplicado para que lo repartas. Por ejemplo, si tu logro fue salir de la depresión, entrégaselo a Dios, dale gracias porque un día estuviste mal pero Él te cuidó, puso gente a tu alrededor, no te diste por vencida y superaste la depresión. El Señor te devolverá ese logro y te dirá: «Este es tu logro. Ahora sos feliz. Andá y repartilo a los demás, contales cómo lograste salir de esa situación, y esa sanidad se va a multiplicar para bendecir a muchos».
No te quedes con lo que Dios te ha dado, repartilo y esa bendición se multiplicará. Cuando podés agradecer a Dios y dar a los demás, entonces podés valorarte. Decile al Padre: «Señor, la he pasado mal, pero de tu mano yo lo he logrado».