Cuando sus problemas no desaparecen
Había un anciano maravilloso que estaba retirado y se pasaba una buena parte de su tiempo cultivando su césped, del cual estaba muy orgulloso.
Pero tenía un problema. Por mucho que se esforzaba, no podía librarse de los molestos dientes de león. Nada parecía hacer efecto. A pesar de que había hecho uso de las mejores semillas y del más moderno herbicida, los dientes de león seguían apareciendo. Los brillantes puntitos amarillos cubrían todo su precioso césped verde.
Finalmente le escribió a un experto en jardinería. La respuesta incluía varias sugerencias y terminaba con el siguiente consejo: “Si ninguna de estas cosas le da resultado, le sugiero que aprenda usted a apreciar los dientes de león.”
Es realmente sorprendente la paz que esta sencilla filosofía puede traer al alma. Si no podemos cambiar las circunstancias exteriores por lo menos sí podemos cambiar las actitudes que mostramos hacia ellas.
Pablo tenía su propio aguijón en la carne. No sabemos con seguridad en qué consistía, pero a Pablo no le gustaba y quería librarse de él, trató mucho, pero ni siquiera logró verse libre de él por medio de la oración. Fue preciso una enorme provisión de gracia para ayudarle a soportarlo, pero aprendió a vivir con él y se convirtió en un hombre mejor gracias a ese aguijón. ¡Se gloriaba en sus debilidades!
La mayoría de los problemas que tenemos sin resolver no pertenecen a esa categoría. Son los vecinos que nos resultan desagradables, las desconcertantes condiciones políticas, los elevados precios, los fríos inviernos, los calurosos veranos, los embotellamientos del tráfico los que nos hacen “pegar coces contra el aguijón”.
Estas cosas pertenecen al mundo exterior. Lo que importa es el mundo interior, porque es el único sobre el cual sí podemos tener control. Es además el único por el cual tendremos que rendir cuentas. Y es donde se desarrollan las auténticas batallas y se obtienen las victorias.
Si las situaciones no cambian con la oración, debemos aceptarlas, por el momento, como la voluntad de Dios. No nos pasemos toda una vida enojándonos por causa de problemas que no podemos quitarnos de encima.
Los problemas nos hacen daño solamente cuando nos resistimos a ellos o cuando los soportamos de mala gana. Santiago dijo: “Tened por sumo gozo” (Santiago 1:2).
Sólo Dios sabe qué es bueno para nosotros
Uno de mis relatos favoritos es el que habla del chino que tenía un hijo y un caballo.
Un día el caballo se escapó del corral y se fue en busca de su libertad a las colinas. Esa noche vinieron sus vecinos y le dijeron: – ¿Se ha ido tu caballo? ¡Qué mala suerte! – El anciano chino les contestó: -¿Por qué? ¿Cómo saben ustedes que eso es mala suerte?
Y por cierto, a la noche siguiente el caballo volvió al corral en busca de su acostumbrado pienso y su agua, ¡trayendo consigo a doce garañones salvajes! El hijo del granjero vio a los trece caballos, se deslizó fuera del corral y cerró la verja. ¡De repente tenía trece caballos en lugar de no tener ninguno!
Los vecinos se enteraron de las buenas noticias y vinieron a charlar con el granjero.
¡Mira, ahora tiene trece caballos! ¡Qué buena suerte! – le dijeron, y el anciano chino les contestó: – ¿Cómo saben ustedes que eso es buena suerte?
Unos días mas tarde su joven hijo estaba intentando domar a uno de los garañones salvajes, el cual lo tiró al suelo y se rompió una pierna. Los vecinos se enteraron del accidente y esa noche fueron a visitarle y emitieron otro juicio bien intencionado. – ¿Tu hijo se ha roto una pierna? ¡Qué mala suerte!
Pero el sabio padre les contestó de nuevo: – ¿Cómo saben ustedes que es mala suerte?
Unos días después pasó por el sector un jefe militar chino y reclutó a todos los jóvenes en buen estado de salud, llevándoselos con él a la guerra, muchos de ellos para no regresar jamás, pero el joven se libró de ir por tener la pierna rota.
Solamente el Señor puede saber lo que es en realidad bueno para nosotros y lo que es malo.
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
Cuando aprendemos esta lección, nos es posible orar la oración de entrega con una fe profunda y decir: “Sea hecha tu voluntad.” Eso es fe al nivel más profundo.
Cuando llegamos a la absoluta convicción de que solamente Dios sabe lo que es mejor para nosotros, podemos decir: “Dad gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:18).
Una fe grande es sencillamente una fe que no se da por vencida.
Fuente: “Libérese de las tensiones”
por Michael Horban
Editorial Vida.