• Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor; y tú perdonaste la maldad de mi pecado. – Salmo 32:5.
Tal vez usted ya se haya expresado de la siguiente manera: «Pensándolo bien, no soy más malo que los demás. No he hecho mal a nadie y además Dios es bueno; pasará por alto lo que no es grave y tendrá en cuenta mis buenas intenciones…».
Usted no es más malo que los demás… pero el problema es que «los otros» son un muy mal punto de comparación. Primero, no podrán dar cuentas en su lugar. “Cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:12). Y además, en vez de fundarnos en nuestra propia apreciación, sería más prudente escuchar a Dios, el Juez supremo. Su Palabra nos dice: “No hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:22-23), y Dios no puede pasar por alto el pecado. Lo que a nosotros no nos parece grave, él también lo castiga.
Pero al mismo tiempo es el Dios que nos ama y nos dio un Salvador, su muy amado Hijo. Jesús, en perfecta armonía con su Padre, ocupó voluntariamente nuestro lugar llevando el castigo divino, y Dios no lo perdonó. Miremos hacia la cruz del Calvario: allí fue condenado el pecado; allí fue donde Jesús expió las faltas de todos los que ponen su confianza en él.
No pensemos que Dios tomará a la ligera nuestros pecados; pero él nos ofrece el método para obtener su total perdón, y esto gratuitamente mediante la fe en Jesucristo.